Según la revista especializada DMV, los veterinarios son cuatro veces más propensos al suicidio que la población general, y dos veces más que en cualquier otra profesión de la salud.
Las razones para esta desproporcionadamente alta tasa de suicidios entre los veterinarios no queda clara en el estudio, realizado entre profesionales del Reino Unido. Sin embargo, se consideran influyentes factores como el estrés, la normalización de la eutanasia, y el acceso a drogas letales.
La autora del estudio, la profesional Kristin Schultz, señala a la depresión como un factor que predispone al suicidio y añade que las personas que eligen la profesión “pueden tener personalidades predispuestas a desarrollar depresión”.
Según Schultz, además, el arrepentimiento puede ser un factor. Tomando en cuenta que sólo el 53% de los veterinarios practicantes volverían a elegir la profesión sabiendo la realidad de la misma.
Estas fueron en parte las razones de Jian Zhicheng, una joven veterinaria taiwanesa que se suicidó en mayo de este año porque se había visto obligada a practicar la eutanasia a más de 700 perros y no podía tolerar seguir haciéndolo.
“La vida humana no es diferente de la vida de un perro”, dijo en su nota suicida, “moriré con los mismos medicamentos que se utilizan para poner a los perros a dormir en paz“.
Por último, el estudio propone que quizás los veterinarios “experimenten una tensión entre sus deseos de preservar la vida y su inhabilidad de tratar un caso efectivamente”, concluyendo que la muerte (de los animales y de ellos) es una solución racional a sus problemas.
Una encuesta en línea realizada a más de 10 mil veterinarios americanos por el Centro de Control de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés), encontró que más de 1 en 6 de ellos había considerado el suicidio.
Cabe preguntarse si estas tasas serían tan altas si la profesión fuera más valorada o, igual de importante, si estos profesionales de la salud –así como el resto de la población- pudieran acceder fácilmente al apoyo sicológico.
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