Hace un tiempo, Margot Sunderland explicó en su libro “La ciencia de los padres” que la edad límite para que los niños pudieran dormir con sus padres era a los 5 años.
Recientemente, el neonatólogo y director de la Maternidad del Hospital de Mowbray (Sudáfrica), Nils Bergman, apoyó la recomendación de Sunderland pero puso el máximo a los 3 años de vida.
El experto afirma que los niños que duermen junto a sus padres sufren menos traumas e inseguridades y, los niños que duermen en el pecho de su madre, descansan mejor que los que duermen en su cuna.
Dado que el desarrollo cerebral de los niños varía mucho (así como hay bebés más independientes que otros), se recomienda que sean los padres los que fijen el límite de edad teniendo en cuenta las opiniones de los especialistas.
Las recomendaciones son muy variadas y obedecen a una serie de factores. Por ejemplo, el riesgo de muerte súbita en los bebés, que -según estudios realizados en el Reino Unido- aumenta cuando duermen con sus padres.
La Foundation for the Study of Infant Deaths (Fundación para el Estudio de la mortalidad infantil) es una de las organizaciones que ha hecho campaña para que bebés y padres no duerman juntos. En su lugar, y para solucionar el tema del apego, proponen que la cuna esté en la misma pieza de los papás.
Nils Bergman, uno de los impulsores del Método Madre Canguro, se respalda en un estudio de elaboración propia (en el que participaron 16 bebés) para afirmar que los niños que duermen solos en una cuna tienen un nivel de estrés hasta tres veces superior que los que dormían en el pecho de su madre.
Según Bergman, los bebés no son capaces de entender la soledad ni la separación, y mucho menos explicar lo que les acongoja. Por lo tanto, como no comprender qué sucede, se estresan.
Bergman añade que si se cuidan de no fumar ni beber antes de dormir, o si no utilizan cojines grandes, los riesgos de muerte súbita en el bebé bajarían.
Debido a las variadas teorías y recomendaciones, un juicio definitivo sería improbable a primera vista. Lo único sería probar el ensayo y error, comunicarse con el bebé para ver qué es lo que lo hace sentir más cómodo y también detectar cuándo es el momento de que se empiece a independizar.
Es una decisión de crianza de cada madre o padre.
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