El 29 de agosto, Kimberly Lightwine (42) fue encontrada con una pierna rota, usando apenas ropa interior mientras dormía boca abajo en un terreno baldío de Missouri. Después de pedir agua, comenzó a gritar –según el policía que la encontró- que ella y Dios habían traído a su bebé a este mundo, y que ella debía ayudarlo a que saliera de él.
A un par de metros de ella, se encontraba tendido su hijo de 19 años, Austin Anderson, usando un pañal sucio. El niño estaba muerto.
Luego de tomar agua, la madre reconoció al oficial que había matado a su hijo abandonándolo al calor veraniego, que ese día alcanzaba los 33 grados Celsius.
Anderson era un niño autista y ciego, que tenía dificultades musculares que le impedían caminar y además necesitaba cortisol (hormona esteroidea) para sobrevivir, ya que su cuerpo no la producía naturalmente. Por lo mismo, de no ser administrado el medicamento, el joven podría caer en un coma y morir.
Según las primeras pericias, Anderson pudo haber muerto 3 días antes de que fuera encontrado junto a su madre.
Lightwine confesó haber consumido metanfetamina antes de llegar a parar al terreno baldío donde fue hallada. “Estaba muy enojada”, declaró a la policía, “y mi bebé seguía volviendo a buscarme, pero yo le decía que no me debía amar, y que por favor dejara que Dios se lo llevase”.
Esta semana, la madre fue acusada de abuso y asesinato en segundo grado, y enfrenta entre 10 y 50 años de presidio por ambos cargos.
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