Apenas tenía 10 años, pero eso no fue impedimento para que varios miembros de su propia familia la violaran repetidas veces, hasta ya entrada la adolescencia. Pero los abusos nunca pararon, sólo empeoraron.
Jessa Dillow Crisp, que hoy tiene 29 años, fue vendida a miembros de su propia familia, para luego ser “traspasada” a sus vecinos.
Tanto su familia como sus nuevos “receptores” la obligaron a posar para producir material pornográfico, tener sexo grabado con adultos y realizar degradantes actos a personas desconocidas que abusaban constantemente de ella.
Jessa había perdido la fe y pensaba que nunca saldría de ese infierno.
Pronto fue víctima de la trata de blancas: unos proxenetas la raptaron y la forzaban a vender su cuerpo por dinero en Canadá. La joven había sufrido las peores humillaciones en su corta vida.
En una entrevista a la organización de caridad Global Citizen, señaló:
Recuerdos los olores, las vistas, el sabor a esclavitud. El horror no puede ser puesto en palabras, tampoco los burdeles a los que fui llevada o los hombres y mujeres que me forzaron a servirlos.
Cuando ya no tenía esperanzas de que algo podría mejorar, una mujer que trabajaba ayudando a personas que habían sido esclavas sexuales le dejó su número telefónico. Pronto tomó el coraje y la llamó. Gracias a ella pudo salir de Canadá rumbo a Estados Unidos por seis meses,cuando su visa caducó y debió volver a la esclavitud sexual.
Pero pronto logró escapar nuevamente, y nunca más volvió. Hoy se encuentra estudiando un máster en salud clínica.
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