Gran polémica está generando un nuevo caso de manipulación alimentaria en la industria china: empresas marisqueras de ese país adulteran el color de gambas y langostinos, para mejorar su aspecto y así aumentar precios y ventas.
Aunque poco ética, la acción no sería tan reprobable si al menos la adulteración se especificase en el etiquetado y se cumpliesen las medidas de seguridad e higiene obligadas por la ley. Sin embargo, basta ver las siguientes imágenes para darse cuenta que no es así.
La apariencia de las gambas frescas es de un color transparente mezclado con ocres, amarillos y naranjas pálidos.
Una vez cocida, su tonalidad naranja aumenta de forma leve, pero no tan notablemente como se esperaría.
Entonces, para lograr el color naranja, marisqueras chinas han empezado a añadir colorante al agua de cocción.
Entre descuidadas condiciones de higiene y seguridad, los camarones, gambas y langostinos son cocidos junto al tinte.
A menos que las mismas empresas lo aclaren en el etiquetado, no es posible saber si el colorante es natural (proveniente de la pulverización del krill) o químico.
Luego del baño de colorante, se empapan en tripolifosfato de sodio para fijar el tinte a la cáscara y quitar excesos de humedad.
El tripolifosfato de sodio es un compuesto inorgánico empleado en la elaboración de detergentes y otros productos domésticos e industriales.
Luego de este tratamiento, el producto se esparce por el suelo para lograr un secado rápido.
Esta tarea se realiza al aire libre, usando largos rastrillos. Los operarios trabajan con ropa y calzado de calle, las herramientas no son esterilizadas y el producto queda expuesto a la intemperie.
Luego de secarse, la mercancía es recogida y envasada.
Esta es la diferencia entre los langostinos cocidos sin aditivos y aquellos con colorante.
Luego del tratamiento, y especialmente tras la pasada por el piso, quedan con un aspecto menos apetitoso y con restos de tierra.
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