Al salir de la cárcel, Javier (nombre ficticio) a su madre le quedaban 30 años de condena. Tenía 6 años y debía ir a la escuela por primera vez, comento que sería “el proxeneta que prostituiría a todas sus compañeras de clase”.
Nació en prisión y esa es una de las tantas cosas que aprendió en ese lugar. Él ya salió, pero quedan 618 niños que viven con sus madres en los centros penitenciarios de México.
Los llaman “niños invisibles” porque hasta hace muy poco nadie lo consideraba en la sociedad. Para acercarnos a su realidad hablamos por teléfono con Saskia, Niño de Ribera, presidenta de Reinserta, una organización que trabaja para combatir los conflictos de los penales de México. Ella nos contó del caso de Javier y de otros que también tendrán nombres ficticios.
La mayoría de prisiones del país no tienen el dinero suficiente para ofrecerles la misma calidad de vida que tienen los niños que crecen fuera de recinto. Su rutina es vivir rodeados de carencias hasta cumplir los 6 años. Aunque dependiendo del estado, pueden quedarse hasta los 9 o los 14.
Actualmente, hay 618 niños que viven con sus madres en los centros penitenciarios de México desde su nacimiento.
No tienen acceso a una educación básica, ni a una alimentación adecuada para su edad. Esto último podría “poner en riesgo su vida o causar daños irreversibles en su salud y en su condición física y mental”. Solo cuentan con atención médica general y los medicamentos a los que tienen acceso es bastante limitada.
La mayor parte de centros son mixtos, Así que no hay espacios destinados exclusivamente a madres e hijos. Tampoco tienen celdas especiales donde no vivan en hacinamiento como ocurre en todos los penales del país y casi ninguno de ellos tiene una cama propia.
“Si en una celda hay 5 internas con 5 hijos, lo normal es que haya 5 camas. Es como si la madre y el niño fueran una misma persona”, declaró Niño de Ribera.
Para denunciar esta situación, en el 2015, Reinserta publicó un anuario donde describen como es rutina diaria. Esto hizo que en julio del 2016, la Cámara de Diputados aprobara un dictamen para reformar la Ley de Asistencia Social y atender los derechos de los “niños invisibles”. Fue así como, “ocurrió lo nunca visto en México: una ley que reconociera la maternidad en prisión”.
La normativa comenzará a ponerse en práctica en noviembre de 2017. Pero, por ahora, seguirán siendo invisibles.
Como Niño de Ribera ha visto en muchas ocasiones, “el ambiente normal de una cárcel es violento y el peligro”. Esto no tiene un efecto positivo en nadie. Pero los niños que no conocen otra realidad, pueden sufrir graves consecuencias e el futuro, como por ejemplo, ver la violencia como algo normal y sentir que esa es la solución para todo.
Javier tuvo su primera pelea a los 4 años. Mientras unas internas se enfrentaban, su madre le pidió que se agarrara a su torso y entraron juntos a la pelea. Durante unos minutos, dejó de ser un niño y pasó a ser un escudo humano.
Otra situación que se da frecuentemente en las cárceles son las drogas. Desde muy pequeño, lo utilizaron para traficar: le ponían la droga en el pañal para que se dirigiera hasta la persona que la había comprado. En ese momento no sabía lo que llevaba oculto. Pero al crecer fue consciente de ello y le enseñaron a hacerlo sin ser descubierto.
Pese a todo lo anterior, la mayoría de las madres no consideran que el entorno de la cárcel sea peligroso. “Provienen de ambientes conflictivos, así que para ellas lo que sucede en el recinto es completamente normal”.
Claudia quiso que su hija estuviese 3 años encerrada en la celda, después de eso podría caminar libremente por el centro. Allí su espacio era mucho más limitado, pero priorizó su seguridad por sobre todo. Tampoco quería que se diera cuenta que vivía en una cárcel. Era como si hubiese nacido en un mundo diminuto rodeado por 4 paredes donde solo estaban ella, su madre, y el resto de las reclusas de la celda.
En el 2013 había 396 niños viviendo en los penales de México y en 2016 ya eran 618, lo cual implica que en tan solo 3 años la cifra casi se duplicó. Esto se debe a que “las presas con hijos reciben menos castigos que el resto”. Actualmente, el 60% están embarazadas, aunque muchas simplemente lo hacen porque están en su edad más fértil y desean ser madres.
Los niños al salir de la cárcel, deben lidiar con otro problema: enfrentarse a un mundo que no conocen. Y en la mayor parte de los casos no cuentan con un apoyo familiar. Son muy pocos los que tienen familia fuera de prisión, así que la única opción que les queda es vivir en centros de menores destinados exclusivamente a ellos. Allí todos comparten un mismo pasado y se enfrentan a la misma pregunta: ¿por qué fui separado de mi madre y ahora solo puedo verla una vez al mes?
Cuando María llegó a la escuela, no sabía que la gente, tiende a rechazar a los presos y a las presas. Sus compañeras le preguntaron de dónde era y ella respondió con normalidad: “del centro penitenciario de Santa Marta porque mi madre está presa”. Sí, es una cárcel, pero había nacido allí y es el único lugar de referencia que tiene del mundo. Sin imaginarlo, su inocencia la hizo blanco del acoso escolar.
Los “niños invisibles” han crecido en un ambiente hostil, donde la violencia es la única forma de solucionar los problemas. Según algunos expertos, esto solo los hace más susceptibles a caer en el mismo destino de sus madres: la cárcel.
José Antonio y Valeria son hermanos y ambos nacieron, crecieron y salieron juntos del penal. A los 14 años nuevamente estaban juntos cuando fueron detenidos por crimen organizado, venta de drogas y homicidio. “No digo que todos los niños que crecen en las cárceles se convierten en delincuentes. Pero influye”.
Claramente los “niños invisibles” no crecen en un entorno adecuado. Pero si a eso le sumamos que no cuentan con la asistencia social que contrarreste las costumbres aprendidas en la cárcel, las expectativas de un futuro próspero son muy bajas.
Si al entrar en vigencia la normativa su realidad no cambia, podrían estar condenados a volver a prisión. Tuvieron que nacer allí por un delito que no cometieron, pero pueden volver por uno que sí cometerán.
¿Qué opinas de la situación de estos niños?