En diciembre de 2015, el personal del Centro de rehabilitación de naturaleza salvaje de Cobequid (Canadá) encontró a una hembra de águila calva tumbada en el suelo, tan débil que no podía abrir sus alas, ni levantar la cabeza.
La llamaron Birdzilla porque era el águila calva más grande que habían visto en el centro de rehabilitación.
Los veterinarios le diagnosticaron un envenenamiento por plomo, probablemente como resultado de comer animales contaminado al ingerir restos de municiones que se encuentran repartidas por el lugar.
Luego de comenzar un tratamiento para su recuperación, el ave mostró una rápida mejora. Sin embargo, mostraba una conducta agresiva. «La ira es una buena señal porque quiere decir que desea vivir, es un comportamiento natural en las aves», señaló uno de los médicos.
Cada día ella luchaba por liberarse aunque no estaba curada del todo. Era como si algo la alentara a salir de su encierro y cuando los veterinarios pudieron dejarla ir se dieron cuenta de lo que ocurría. Tan pronto salió volando, comenzó a rodear un árbol que estaba en las cercanías y vieron que se aproximaba otra águila directo hacia ella.
Se traba de un águila calva macho que esperó pacientemente a su pareja mientras se recuperaba en el centro de rehabilitación. Ambos se sentaron sobre la misma rama haciendo ruidos que parecían una grata conversación para luego emprender vuelo y perderse en el horizonte.
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