Lamentablemente, el bullying es una realidad que se da cada vez con más frecuencia en las salas de clase. Es una situación en la que padres y maestros llevan trabajando por años para eliminarlo; sin embargo, sigue ocurriendo.
Es por eso que al leer esta publicación, escrita y compartida en las distintas redes sociales por la madre de un niño de 11 años, quisimos sumarnos a su difusión. En ella, la madre explica el sistema utilizado por la profesora de su hijo para ponerle fin al acoso escolar entre sus alumnos, y no podemos negar que su idea es brillante.
“Hace unas semanas fui a la escuela de mi hijo Chase para hablar con su profesora. Anteriormente le había mandando un correo electrónico diciéndole: “Chase asegura que la tarea que le manda es de matemáticas, pero no sé si creerlo. ¡Ayuda, por favor!”. A lo que ella me contestó: “¡No hay problema! Puedo darle clases de repaso a Chase por las tardes”. Y yo respondí: “No, no a él. A mí. Él lo entiende muy bien. Ayúdeme a mí”.
Así fue cuando me vi de pie frente a la pizarra de un aula vacía de quinto grado, mientras la maestra de Chase, sentada detrás de mí y con voz amable, trataba de ayudarme a comprender “la nueva forma de enseñar la división larga”. Pero la verdad es que no tenía la menor idea de lo que me estaba enseñando, porque nunca había entendido la “vieja manera de enseñar la división larga”. Tardé una hora en hacer una sola operación, pero al menos pude darme cuenta de que le había simpatizado a la profesora.
Después nos sentamos para hablar sobre la importancia de enseñar a los niños, de por qué es un deber y una gran responsabilidad, especialmente el hecho de moldear sus pequeños corazones para convertirlos en contribuyentes de una comunidad, y discutimos sobre nuestro mutuo anhelo de que las comunidades estuvieran formadas por individuos que fueran amables y valientes. Entonces me contó esto:
Todos los viernes por la tarde, ella le pide a sus alumnos que tomen una hoja de papel y escriban los nombres de cuatro niños con los que les gustaría sentarse la semana siguiente. Los chicos saben su deseo puede o no cumplirse. También les pide que nombren al compañero que ellos consideren, tuvo un buen comportamiento durante esa semana. Cuando terminan, los niños le entregan las hojas sin comentar nada sobre esto.
Y cada viernes por la tarde, cuando los niños se han ido a casa, la maestra toma esas hojas, las pega en la pizarra y las analiza buscando patrones. ¿Qué niño nunca es mencionado como compañero de asiento deseable? ¿Cuál no nombra a ninguno con el que quiera sentarse? ¿A qué alumno nadie lo elige jamás? ¿Quién tenía mil amigos la semana pasada y ninguno esta semana?
La finalidad de la maestra no es busca una nueva forma de distribuir a los alumnos en las clases, o los que tienen un “comportamiento ejemplar”. Lo que busca es identificar a los niños solitarios, a los que tienen dificultades para relacionarse con sus compañeros. Así va descubriendo a los chicos que han caído en las grietas de la vida social del grupo, así como aquellos cuyos dones pasan inadvertidos por sus compañeros y, ante todo, los que son víctimas de bullying y los que son abusivos o acosadores.
Como madre y ferviente defensora de los niños, creo que es la estrategia de lucha más amigable que he conocido. Es como tomar una radiografía de un aula para ahondar en el corazón de los alumnos. Como excavar una mina en busca de oro, siendo el oro esos niños que requieren un poco de ayuda, que necesitan que los adultos intervengan y les enseñen cómo hacer amigos, cómo invitar a otros a jugar, cómo unirse a un grupo o cómo compartir sus habilidades.
Y es una forma de detener el bullying, porque los maestros saben que el acoso ocurre cuando ellos no están, y que muchos de los niños que son víctimas se sienten demasiado intimidados como para contarlo. Sin embargo, como dijo la maestra de Chase, la verdad sale a relucir en esos trozos de papel confidenciales.
Cuando la maestra terminó de explicarme su sencilla e ingeniosa idea, muy admirada le pregunté:
—¿Y cuánto tiempo lleva usando ese método?
—Desde lo de Columbine —dijo—. Todos los viernes por la tarde desde lo de Columbine.
El 20 de abril de 1999, dos estudiantes de bachillerato de Columbine, en Littleton, Colorado, irrumpieron en la escuela con armas de fuego y mataron a 13 personas,12 alumnos y un profesor, hiriendo a más de 20.
Esta mujer escuchó la noticia de la masacre sabiendo que toda la violencia empieza con la desvinculación, que todo el odio hacia el exterior comienza como soledad interior. Observó la tragedia sabiendo que los chicos que son ignorados, a la larga pueden intentar hacerse notar a través de cualquier medio y sin medir consecuencias.
Fue entonces cuando decidió iniciar una lucha contra la violencia en el mundo que tenía a su alcance: sus alumnos de primaria. Lo que la maestra de Chase hace cuando se queda sola los viernes por la tarde en el aula, mientras analiza las listas de los nombres escritos con manos temblorosas por niños de 11 años, es salvar vidas.
Y lo que esta matemática ha aprendido al usar su método es algo que siempre había sabido: todo, incluso el amor, sigue un patrón. Ella identifica los patrones en su aula, y mediante esas listas descifra los códigos de desvinculación. Luego da a los niños solitarios la ayuda que necesitan. Un método realmente increíble.
La maestra de Chase jubila este año y ha pasado años de su vida buscando patrones de amor y soledad, interviniendo todos los días y alterando la dirección en la que va nuestro mundo”.
Es indescriptible el trabajo realizado por esta maestra.
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