La Alemania nazi tuvo tantos abusos ocurridos simultáneamente, que es impresionante la cantidad de escalofriantes hechos que aún son desconocidos por la mayoría del público.
A continuación les vamos a contar una parte de la historia que en un principio fue ocultada por las mismas víctimas, debido al temor y la vergüenza, e incluso por varios historiadores.
Se trata de las esclavas sexuales de los campos de concentración, reclutadas desde varios países, y cuya sede principal se encontraba en el campo de Ravensbruck. Esto significó una importante fuente de ingresos para el régimen nazi.
Los burdeles durante la Segunda Guerra no sólo sirvieron a los soldados de la Wehrmacht (fuerzas armadas unificadas), sino también a los mismos prisioneros de los campos de concentración.
Era de esta forma que los nazis “premiaban” a sus presos por buena conducta o buen trabajo.
Esta clase de incentivo fue introducido a fines de 1942 por decreto del líder de la SS y Reichsführer, Heinrich Himmler. Debido a que los prisioneros participaban en varias obras, y entre ellos habían varios expertos en sus respectivos oficios, los líderes intentaban protegerles e incluso pagarles algún pequeño salario.
Los presos podía usar su dinero en comida, cigarrillos o visitas al burdel, dondeel precio por 15 minutos con una de estas mujeres era de 2 marcos (un paquete de cigarrillos costaba 3 marcos). Sin embargo, estos privilegios no eran permitidos a los judíos, y en los burdeles tampoco eran aceptadas mujeres judías.
Para estas instancias eran elegidas mujeres entre 17 y 35 años, quienes llevaban un triángulo negro en la manga (que las distinguía como “asociales”), recibían recursos de los alemanes, se vestían con ropa de calle y debían trabajar todos los días entre las 19 y las 22 horas.
Los prisioneros que podían usar los burdeles, debían primero someterse a un examen médico para chequear si tenían alguna enfermedad venérea. Comprobada su salud, debían pagar antes de ser conducidos a una habitación numerada donde le esperaría una de las presas escogidas para el encuentro.
La puerta de cada habitación tenía una mirilla, y el acto sexual sólo podía realizarse en la posición del misionero.
Fueron alrededor de 200 mujeres las que “servían” a campos como Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen y Auschwitz.
Si bien en los burdeles militares trabajaban verdaderas prostitutas, para servir a los prisioneros se seleccionaba a mujeres de Ravensbrück y Auschwitz-Birkenau.
La mayoría de las presas que ejercían obligadamente la prostitución eran mayoritariamente alemanas detenidas por prostituirse en la calle o tener contacto con judíos u otros “enemigos del Reich”. Incluso había mujeres que se presentaban voluntariamente, debido a que era una de las pocas maneras de sobrevivir en un campo de exterminio femenino.
Los líderes de los campos chequeaban regularmente la salud de las forzadas prostitutas para evitar brotes de infecciones de transmisión sexual, y si alguna de las trabajadoras quedaba embarazada era enviada de vuelta al campo de concentración para que abortara.
Luego de la caída del nazismo, estas mujeres fueron olvidadas porque no se consideraban estrictamente presas de los campos. Debido a la vergüenza, la mayoría calló sobre la traumática experiencia y -en consecuencia- no reibieron compensación como los otros detenidos.
Es principalmente gracias a la investigación del historiador Robert Sommer y su libro “Das KZ Bordel”, que podemos conocer tan desgarradora historia.
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