Edward Mordrake era un burgués de la Inglaterra del siglo XIX que sufrió un extremo caso de craniopagus parasiticus, una malformación que se produce en el útero donde hay dos gemelos que no se separan correctamente y el resultado es un cuerpo con dos cabezas.
Si bien generalmente esta segunda cabeza se presenta sobre el cráneo y no está muy bien desarrollada, en el caso de Edward su segundo rostro estaba en la nuca y –aunque estaba levemente deformado- era parcialmente funcional.
El rostro posterior del muchacho, descendiente de la condesa de Darlington, era de menor tamaño que su cara principal, algo estrábico, pero podía sonreír, hacer pucheros e incluso abrir los ojos y seguir con la mirada.
En la enciclopedia médica “Anomalías y curiosidades de la medicina”, de 1896, los doctores George Gould y Walter Pyle describieron su caso como sigue:
El horrible gemelo, ocupando sólo una pequeña porción de la parte posterior del cráneo, sin embargo exhibía signos de inteligencia e intenciones malignas. Se le veía reír y escarnecer mientras Mordrake lloraba. Sus ojos seguían los movimientos del espectador, y sus labios se moverían como si quisiera hablar.
No salía una voz audible, pero Mordrake aseguraba que de noche le era imposible dormir debido a los odiosos susurros de su “gemelo diabólico”, como él lo llamaba, “que nunca duerme y se dedica a hablarme de cosas oídas tan solo en el infierno. Ninguna imaginación puede concebir las terribles tentaciones que me impone. Por algún pecado imperdonable de mis antepasados he de estar unido a este demonio, porque seguramente un demonio es. Ruego y suplico a ustedes que lo borren de la existencia humana, aun si significa la muerte para mí.”
Aquellas fueron las palabras que Mordrake le dijo a Manvers y Treadwell, sus doctores.
Fue a los 23 años que Edward se quitó la vida, ahorcándose en el balcón de un piso que había alquilado para aislarse de los ojos de la muchedumbre, sumido en una profunda depresión y atormentado por las demoníacas maniobras de su gemelo parásito.
Según el libro de Gould y Pyle, el muchacho dejó una carta con sus intenciones:
En ella pedía que su “cara demoníaca” fuera destruida antes de su entierro, “para prevenir que continúe con sus terribles susurros durante mi estadía en la tumba”. En la misma carta, pedía ser enterrado en un terreno baldío, sin una lápida o leyenda que marcara su lugar de sepultura.
Una historia sobrecogedora que ha inspirado obras, novelas, una aparición en la serie American Horror Story y varias canciones, como este increíble tema del legendario músico estadounidense, Tom Waits:
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