Fue una extraña época la de los años 50. Terminada la Segunda Guerra, la lucha por la dominación continuó subterráneamente en la Guerra Fría y sus variadas aristas, como la búsqueda de aliados en américa latina (que llegó hasta el intervencionismo directo), y la carrera espacial.
Fue en ese contexto que Estados Unidos desarrolló el Proyecto A119, a cargo del físico Leonard Reiffel, con el fin de ver la factibilidad de hacer explotar un arma nuclear en la superficie de la Luna o en el espacio inmediato alrededor del satélite.
Según el científico, la tarea le fue encomendada por altos mandos de la fuerza aérea de los Estados Unidos en 1958, con los objetivos de estudiar la visibilidad desde la tierra y los efectos de una explosión nuclear en la Luna. El informe producto del proyecto secreto fue titulado “Estudio sobre los vuelos científicos a la Luna”.
En el reporte, Reiffel aseguraba que llevar a cabo la detonación era “técnicamente factible”, y que con el uso de un misil balístico intercontinental podrían haber apuntado a un objetivo en la superficie satelital con un margen de error menor a 3 kilómetros.
Alrededor de un año antes de este proyecto, en octubre de 1957, la Unión Soviética había lanzado el Sputnik, el primer satélite artificial, y los militares estadounidenses estaban preocupados por no ser vencidos en la carrera espacial.
Por este motivo, estaban pensando en varias ideas para demostrar su poder de conquista espacial: elaboraron un Proyecto Horizonte, que quería poner una base militar en la Luna, y científicos estaban trabajando en ideas como naves espaciales que usaran energía nuclear como combustible (lo que culminó en el desarrollo de los submarinos nucleares).
Este proyecto era, sobre todo, una muestra de superioridad frente a la Unión Soviética y el mundo, ya que la principal preocupación militar era que la explosión se pudiera ver desde la Tierra. Y, por si te lo preguntas, sí hubiera sido visible: la reacción nuclear produciría un haz de luz apreciable desde nuestro planeta, pero lo que se podría ver con mayor claridad sería la nube de polvo que la detonación levantaría (especialmente dado que la luz del sol la iluminaría, incluso si la explosión ocurriese en el lado oscuro de la Luna).
Finalmente, el proyecto fue descartado por razones desconocidas para Reiffel, pero agradece que no se realizara. “Me horroriza que un gesto de esta magnitud fuera considerado alguna vez sólo para ganar el favor de la opinión pública”, declaró el científico en el año 2000.
Probablemente el Pentágono se dio cuenta de que enviar un hombre a la Luna era mucho más inspirador que enviar la destrucción de un arma nuclear.
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