“… violencia, angustia, acoso y violaciones”.
Recién el martes 18 de julio apareció un informe que ha golpeado de manera brutal a la Iglesia y a la comunidad. Se trata de una investigación que reveló que entre 1945 y principios de 1990 fueron abusados más de 500 niños en la catedral de Ratisbona, Alemania. Pertenecían al coro Regensburger Domspatzen y vivieron maltrato físico y agresiones sexuales por años.
Cientos fueron maltratados y, al menos, 67 fueron víctimas de abuso sexual y violación.
Los relatos de las víctimas son desoladores. Pertenecer al coro fue como estar en “una prisión, un infierno y un campo de concentración”. El abogado a cargo y que la iglesia puso frente al caso dijo que los niños vivieron “lo peor de sus vidas, marcados por el miedo, la violencia y la angustia”.
Entre los maltratos había privación de alimentos, golpes, maltrato físico, agresiones sexuales e, incluso, violación.
El primero en destapar este terrible hecho fue Alexander Probst. Él entró al coro en 1968 y, después de muchos años, pudo hablar. Lo más fuerte de todo era cómo los hacían sentir a ellos culpables.
“Por años fui insultado, golpeado y acosado. En la escuela secundaria que era administrada por el coro, había un profesor que creó un grupo secreto de alumnos. Él les daba cerveza y les mostraba pornografía para luego abusarlos sexualmente. Posteriormente, el ex obispo de Ratisbona, Gerhard Ludwig Müller, me acusó de querer dañar la reputación de la institución. Ese hombre protegía a cualquier costo a los abusadores. Fue una experiencia humillante y dolorosa. En 2015, el obispo Rudolf Voderholzer fue nombrado pensando en las víctimas; me pidió perdón, aunque él no tenía nada que ver. Esa conversación significó mucho más que las disculpas que hubiera recibido de mi abusador”, contó Alexander Probst.
La impotencia aumenta por el silencio que se mantuvo durante tantos años.
De hecho, entre 1964 y 1994, el mismo hermano del papa Benedicto XVI estuvo a cargo del grupo. Georg Ratzinger se defendió asegurando que nunca estuvo al tanto ni conocía de que esta situación estaba ocurriendo en la institución.
Sin embargo, Weber cree que el hombre siempre lo supo, pero simplemente “miró a otro lado”.
Con este informe se espera que termine esa “cultura del silencio” y la Iglesia se haga responsable de lo que ocurre bajo su tutela.
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